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Bienvenido a este espacio dedicado a los poetas y a la poesía

lunes, 31 de mayo de 2010

José Hierro

José Hierro del Real nació en Madrid el 3 de abril de 1922, aunque gran parte de su vida transcurrió en Cantabria, pues su familia se trasladó a Santander cuando José contaba con apenas dos años.

Allí cursó los estudios elementales e inició la carrera de perito industrial, que se vio obligado a interrumpir en 1936.

Al finalizar la guerra civil fue detenido y procesado por pertenecer a una «organización de ayuda a los presos políticos» e ingresó en prisión, donde estuvo hasta el mes de enero de 1944, en que fue puesto en libertad en Alcalá de Henares. En prisión desarrolló una intensa actividad, y en los escritos de ese período quedaron plasmados muchos de los sucesos vividos durante la contienda, como la muerte de su padre, la interrupción de sus estudios y el descubrimiento de la Generación del 27, a través de la antología de Gerardo Diego, a quien consideró su «padre espiritual».

Tras ser puesto en libertad, Hierro se trasladó con José Luis Hidalgo a Valencia, donde se dedicó a escribir. Por aquellos años, participó en la fundación de la revista Corcel, y perteneció, junto con Ricardo Gullón, al grupo fundador de la revista Proel, donde publicó Tierra sin nosotros, su primer libro de poemas, en 1947. Ese mismo año, obtuvo el Premio Adonais de poesía por su segunda obra, Alegría. Desde entonces ha recibido numerosas distinciones como reconocimiento, no sólo a sus méritos literarios, sino también a su ejemplar actitud ante la vida.

Volvió a Santander, donde trabajó ejerciendo muy distintos oficios: desde conferenciante, a tornero, listero, profesor, redactor jefe de las revistas de la Cámara de Comercio y la Cámara Agraria, etc. En 1949 contrajo matrimonio con María de los Ángeles Torres.

Poco después se trasladó a Madrid con su mujer y sus dos hijos mayores. En la capital comenzó a trabajar en el CSIC, en la Editora Nacional y en el Ateneo. Asimismo, colaboró en diversas revistas de información y en Radio Exterior de España y Radio 3; posteriormente, se incorporó a Radio Nacional de España, en donde permaneció hasta su jubilación, en 1987.

Hierro ha dedicado una buena parte de su vida a la pintura, cuyo lenguaje conoce tanto como el de la poesía. En 1944 hizo su primera crítica pictórica —sobre la obra de Benito Ciruelos—, labor que ha continuado ejerciendo en distintos medios de comunicación.

Uno de los símbolos de la poesía de Hierro es el mar, metáfora de la eternidad, sin pasado ni presente, encarnación del instante que el poeta quiere atrapar, para hacer de su experiencia algo irrepetible.

Del mismo modo, la música constituye una parte esencial de su poesía, que es ante todo música de las palabras, extensión de la vida. Su obra, más intensa que extensa, constituye una síntesis del equilibrio entre el «impulso solidario de sus temas y la relevancia artística de sus formas», cualidades que lo hicieron merecedor en 1995 del IV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, uno de los más importantes en el ámbito poético español.

Su último libro de poemas, Cuaderno de Nueva York, es considerado por la crítica como una de las máximas obras de la poesía contemporánea.

Nombrado «Hijo Adoptivo de Cantabria» en 1982, fue galardonado en 1998 con el Premio de Literatura Miguel de Cervantes por lo que, en consecuencia, es miembro del Patronato del Instituto Cervantes. El 8 de abril de 1999, después de que se presentara su Antología poética, fue elegido miembro de la Real Academia Española.

Fallece el 21 de diciembre de 2002, en Madrid, a los 80 años, en plena vitalidad poética.

Información obtenida de Centro Virtual Cervantes





Alegría interior

En mí la siento aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.

A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.

Sé que no ha muerto, porque vivo. Tomo,
en el oculto reino en que se esconde,
la espiga de su mano verdadera.

Dirán que he muerto, y yo no muero.¿Cómo
podría ser así, decidme, dónde
podría ella reinar si yo muriera?

De "Alegría" 1947

José Hierro


Alma dormida

Me tendí sobre la hierba entre los troncos
que hoja a hoja desnudaban su belleza.
Dejé el alma que soñase:
volvería a despertar en primavera.

Nuevamente nace el mundo, nuevamente
naces, alma (estabas muerta).
Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo:
tú dormías, esperando ser eterna.

Y por mucho que te cante la alta música
de las nubes, y por mucho que te quieran
explicar las criaturas por qué evocan
aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas

hacer tuya tanta vida derramada
(era vida, y tú dormías), ya no llegas
a alcanzar la plenitud de su alegría:
tú dormías cuando todo estaba en vela.

Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro...
(Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!)

De "Agenda" 1991

José Hierro


Amanecer

Imagínate tú...
Imagínatelo tú por un momento.
R. A.


La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.

Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)

Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»

Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.

(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.

De "Agenda" 1991

José Hierro




Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna...


Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga
sobre las olas.)

Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
con qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.


Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran.
Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.

Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.)
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.

Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.

Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

José Hierro




Canción de cuna para dormir a un preso


La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.

Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea...

Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea...

Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.
Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.

No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea...

La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo...
Ya se duerme
mi amigo, ea...

De "Tierra sin nosotr0s" 1947

José Hierro



Como la rosa: nunca...


Como la rosa: nunca
te empañe un pensamiento.
No es para ti la vida
que te nace de dentro.
Hermosura que tenga
su ayer en su momento.
Que en sólo tu apariencia
se guarde tu secreto.
Pasados no te brinden
su inquietante misterio.
Recuerdos no te nublen
el cristal de tus sueños.

Cómo puede ser bella
flor que tiene recuerdos.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

José Hierro



Con las piedras, con el viento...

Con las piedras, con el viento
hablo de mi reino.

Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha. No
escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento.

Hay que no sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
su amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
liberarse de su peso.
Quien no responde, parece
que nos entiende,
con las piedras, con el viento.

Se exprime así el alma. Así
se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
con las piedras, con el viento.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

José Hierro



Corazón que te hieren

Corazón que te hieren
con una rama verde.

Llegó a mi lado. Era
el momento más fuerte
que el recuerdo. Es hoy todo
inolvidable. El verde
de los álamos es
vida. Los cielos tienen
azul de amor sereno
que aún ignora la muerte.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Parece
la verde primavera
que entre sus manos duerme.)
Oh, qué felicidad.
Las brisas, cómo mecen.
Ella saca a las flores
de su encanto silvestre.
Ella toca de gracia
el áspero presente.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Se mueve
irreal: su elemento
es la música. Viene
quebrando los silencios
maravillosamente. )

Entre sus manos es
la rama una serpiente
de luz, un río frágil,
bandera transparente
que pone en este ensueño
su alegría evidente.
(Por la rama comprendo
que estamos vivos. Este
instante no es un sueño
que pasa y no nos mueve.)
Es un látigo frágil,
una llama en que beben
nuestros ojos.

¿Por qué
la ceñiste a mis sienes 40
como si fuera el único
dios a quien perteneces?
¡Por qué te he preguntado
si ceñiste otras sienes!

Corazón, te han herido
con una rama verde.

De "Con las piedras, con el viento" 1950

José Hierro



Cumbre

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.

Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.

Nueva canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.

¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
Y ver perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?

De "Tierra sin nosotros" 1947

José Hierro



Despedida del mar

Por más que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

Este perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más, un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!

Ramos frescos de espuma... Barcas
soñolientas y vagas... Niños
rebañando la miel poniente
del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo...! Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.


¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!...
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

De "Tierra sin nosotros" 1947

José Hierro



Destino alegre

Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.

Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no vivieron.

Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces,
(Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho.)
Mordemos las orillas, derribamos los puentes.
Dicen que vamos ciegos.

Pero vivimos. Llevan nuestras ,aguas la esencia
de las muertes y vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta
que hemos nacido para esto.

De "Tierra sin nosotros" 1947

José Hierro



El buen momento

Aquel momento que flota
nos toca de su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.

Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.

Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.

De "Alegría" 1947

José Hierro



Interior

Tu piel me devolvía
algo remoto. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Es un canto de duelo
o de esperanza? Un himno
triunfal o una nostalgia
acariciada sobre
la realidad?)
No había
nadie, sino nosotros.
(Los demás no existían.)
Una botella, un libro,
un cenicero. Ahora
la vida es de cristal,
de metal, de papel.
Ahora es la botella
más bella que una flor.
El cenicero tiene
el sonámbulo brillo
de las olas. El libro
es una roca... (¿Es esto
un poema de amor?)
En una habitación
en penumbra, entre el humo
que nos aleja... (¿Es esto
un Poema de amor?)
...sin hablar...(nada está
dicho aún...).
Olvidaba
otra cosa: la música
frutal, el corazón
errante de los siglos,
suena para nosotros.

Toqué tu frente como
si me fuera a morir
un instante después.
Igual que si me anclases
a la verdad. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Fuimos sus criatura
melancólicas...?)

Libro,
botella, cenicero.
(No flor, ni ola, ni rocas.)
He llamado a las cosas
por su nombre, aunque el nombre
rompa el hechizo. Quiero
todo aquello que ha sido
el instante, su carne
y su alma (no sólo
su alma), lo que el tiempo
roe (no lo que el tiempo
purifica).

Al contacto
de tu frente, los días
volaban desprendidos
de la copa. Pensé
que los días... ¿Amor
es eso que devuelve
el tiempo huido? ¿Eras
entonces el amor?
¿Me estoy cantando a mí,
recobrado y perdido?
¿Al amor, al que duerme
bajo tu piel, la pobre
criatura del cielo
destinada a morir
sin haber conocido
sus imposibles padres.

De "Cuanto sé de mí" 1957-1959

José Hierro



La mano es la que recuerda...

La mano es la que recuerda
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre recordando.

Apunta, nerviosamente,
lo que vivía olvidado.
la mano de la memoria,
siempre rescatándolo.

Las fantasmales imágenes
se irán solidificando,
irán diciendo quién eran,
por qué regresaron.

Por qué eran carne de sueño,
puro material nostálgico.
La mano va rescatándolas
de su limbo mágico.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998

José Hierro





UNA TARDE CUALQUIERA

Yo, José Hierro, un hombre
como hay muchos, tendido
esta tarde en mi cama,
volví a soñar.
(Los niños,
en la calle, corrían.)
Mi madre me dio el hilo
y la aguja, diciéndome:
«Enhébramela, hijo;
veo poco».
Tenía
fiebre. Pensé: —Si un grito
me ensordeciera, un rayo
me cegara... (Los niños
cantaban.) Lentamente
me fue invadiendo un frío
sentimiento, una súbita
desgana de estar vivo.
Yo, José Hierro, un hombre
que se da por vencido
sin luchar. (A la espalda
llevaba un cesto, henchido
de los más prodigiosos
secretos. Y cumplido,
el futuro, aguardándome
como a la hoz el trigo.)
Mudo, esta tarde, oyendo
caer la lluvia, he visto
desvanecerse todo,
quedar todo vacío.
Una desgana súbita
de vivir. («Toma, hijo,
enhébrame la aguja»,
dice mi madre.)
Amigos:
yo estaba muerto. Estaba
en mi cama, tendido.
Se está muerto aunque lata
el corazón, amigos.
Y se abre la ventana
y yo, sin cuerpo (vivo
y sin cuerpo, o difunto
y con vida), hundido
en el azul. (O acaso
sea el azul, hundido
en mi carne, en mi muerte
llena de vida, amigos:
materia universal,
carne y azul sonando
con un mismo sonido.)
Y en todo hay oro, y nada
duele ni pesa, amigos.
A hombros me llevan. Quién:
la primavera, el filo
del agua, el tiemblo verde
de un álamo, el suspiro
de alguien a quien yo nunca
había visto.
Y yo voy arrojando
ceniza, sombra, olvido.
Palabras polvorientas
que entristecen lo limpio:
Funcionario,
tintero,
30 días vista,
diferencial,
racionamiento,
factura,
contribución,
garantías...
Subo más alto. Aquí
todo es perfecto y rítmico.
Las escalas de plata
llevan de los sentidos
al silencio. El silencio
nos torna a los sentidos.
Ahora son las palabras
de diamante purísimo:
Roca,
águila,
playa,
palmera,
manzana,
caminante,
verano,
hoguera,
cántico...
... cántico. Yo, tendido
en mi cama. Yo, un hombre
como hay muchos, vencido
esta tarde (¿esta tarde
solamente?), he vivido
mis sueños (esta tarde
solamente), tendido
en mi cama, despierto,
con los ojos hundidos
aún en las ascuas últimas,
en las espumas últimas
del sueño concluido.

“Una tarde cualquiera”, de Quinta del 42 (1953)

JOSÉ HIERRO


jueves, 27 de mayo de 2010

Juan Carlos Abril

Juan Carlos Abril nació el siete de enero de 1974 en Los Villares, provincia de Jaén. Licenciado en Filología Hispánica, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y Filología Románica, es también Doctor por la Universidad de Granada y actualmente profesor de Literatura Española en dicha Universidad. Residió dos años en Exeter, al sudoeste de Inglaterra.

En 1996 consiguió el Premio Federico García Lorca con Un intruso nos somete, Granada, Universidad, 1997, reeditado en Castellón, Ellago, 2004; y en el año 2000 un accésit del Premio Adonáis con El laberinto azul, Madrid, Rialp, 2001. Su tercer poemario se titula Crisis, Valencia, Pre-Textos, 2007.

También preparó la edición de Copias rescatadas del natural, de José Manuel Caballero Bonald, Granada, Atrio, 2006. Recientemente ha editado la antología Deshabitados para la colección Maillot Amarillo, en 2008; y el libro El romántico ilustrado. Imágenes de Luis García Montero, junto a Xelo Candel Vila, Sevilla, Renacimiento, 2009.

Ha traducido, junto a Stéphanie Ameri, obras de Pier Paolo Pasolini, Filippo Tommaso Marinetti o Henri Michaux.

Forma parte de numerosas antologías, entre las que destacan 10 menos 30. La ruptura interior en la «poesía de la experiencia», de Luis Antonio de Villena, Valencia, Pre-Textos, 1997; Yo es otro. Autorretratos de la nueva poesía, de Josep M. Rodríguez, Barcelona, DVD, 2001; Veinticinco poetas españoles jóvenes, Madrid, Hiperión, 2003; o Cima de olvido, de Rafael Alarcón Sierra, Huelva, Diputación.

También ha publicado crítica literaria y poemas en diversas revistas como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Rilce, Letras de Deusto, Historia y política, Analecta Malacitana, Humanitas, Monteagudo, La Estafeta del Viento, Litoral, El Maquinista de la Generación, Sibila, RevistAtlántica, Renacimiento, Clarín, Campo de Agramante, Texturas, Nadadora, Prima Littera, La página, La Poesía, señor hidalgo, Cuadernos del Matemático, etc. Dirige asimismo la revista Paraíso.

Diseminación

Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo

afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.

Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores.

De "Crisis", 2007

Juan Carlos Abril


METAMORFOSIS DE LAS LLAMAS

A Luis García Montero

El hombre señalaba el cementerio
y me dijo asustado:
El sigilo del miedo
de pronto es cazador y se avergüenza
sintiéndose verdugo.
Para que haya un orden
tienes que estar debajo.
Demasiado
esfuerzo. Será nada.

Entonces se sonrió
saliendo hacia la luz desde la sombra.
Yo sé bien que detrás
hay algo que se mueve,
y conservo su imagen.
Una noche
aquí estuvo y sentí
todo el miedo del mundo. Nunca más.

Señalaba despacio
la ancha tierra, el cielo alto,
y les puso otros nombres.
Me contó que al final es un latido,
uno solo, y que el riesgo belleza
si se cierran los ojos.

Yo después escribí
linda crisálida que nace muerta
y vuela con los sueños lamentables
y vuela, y vuela, así cambian las cosas.

Juan Carlos Abril


Don de la ingenuidad

Cuando regreses
a la ciudad verás las ilusiones
que madrugan con sus acentos
incapaces de desprenderse
del pasado, que ignoran
lo mismo que nosotros.

Tú ni siquiera sabes por qué vives,
cómo es posible limitar
la realidad de varias formas,
si es tuyo este deseo
en la utopía de los débiles,
rebeldes, nunca hermosos.

No dormirán las culpas hasta tarde
y en su espiral el ruido
con su dragón ajuglarado
bisbiseará un nuevo día:
Horarios imposibles,
beata actividad.

Contra ti mismo cuántas veces;
cuántos modos conoces
de hacerte daño.
Ya no quedan violines
y la melancolía de las fuentes
posee menos memoria
que sentido común.

He de explicarlo casi todo.
El tiempo, como un herpes, su sintaxis
sin posibilidad. Irás
pero no volverás.
Este país tiene la pata herida.

Yo quise destruirme
fregando platos,
dije lo que me apetecía.

En los desfiladeros
de mis eses,
con el afán
de principios de curso
superé mi propia rutina
y eliminé
lo que no soportaban.
Unos dicen que ha muerto,
otros que nunca morirá.

Aún así
te convences con poco.

Colono de una lengua
que hoy sigues recordando,
quiero reírme
de esas largas genealogías
mientras diseño aquí mi casa:
encinas y palmeras,
tamarindos,
palabras con descuento
e insistencia:
es tu virtud.

Y otro episodio
dentro de ese vacío
infantiloide
que debes aceptar
intermitente,
la descripción de un personaje
con flexibilidad: ser puente o río.

Inédito

Juan Carlos Abril



El clavo

Todo lo revivido se estremece.
Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.

Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Puede ser una señal
y casi te deslumbra.

En el dolor, no obstante,
el abrazo es más rápido que un cepo.
Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros.

De "Un intruso nos somete", 1997

Juan Carlos Abril


ELEGÍA

La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.

Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.

Aquí vibra el dominio de la espada,
mano que empuña su destino
libre y que atraviesa
el territorio de la dignidad.

Yo prometo
la tierra de los sueños,
lejana de las leyes de los hombres
que ahora contemplamos.

Voz inerte,
viento, nostalgia. No te apresarán
los perros convocados que persiguen
el olor de una muerte fugitiva,
ni cederán el hambre, los pies siempre cansados,
la persistencia del dolor.

Yo sé
que este horizonte púrpura consigue,
como fuego y presagio,
el rastro insoportable de la cólera,
la luz de la esperanza.

(De Un intruso nos somete, 1997)

Juan Carlos Abril


FLOR PENSATIVA

A Stéphanie Ameri

Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.


Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.

Estás sentada.
Tan despeinada y pálida después
del esfuerzo infeliz y del trabajo.
No hay repetición.

Son nombres
que ofreces al azar y, sin embargo,
impensables sin esa compasión
que crece derramada por tu boca,
ese licor de la imprudencia.

Ahora
descansas. Estás sola.
Y es un filo brillante
que a todo da sentido, siempre ahí
desde lo más oscuro, sin ser dicho.

Juan Carlos Abril


TERRA D’OMBRA BRUCIATA


Una ausencia de origen, espontánea,
no parece impulsar las blandas torres
de un recuerdo animoso.
Tienen un nombre fijo.
Por entonces, llegábamos
como el verano, enfrente
con su cielo dinámico y sencillo.
Quisiera parecerme a aquella vida
y no perder la luz de su bondad.
Me acercabas promesas
lejos del roce de los párpados
cóncavos y abisales,
párpados mutilados de los niños
que cantaban a coro
su religiosa música lasciva.
Sólo tus dedos mágicos curaron
los ojos que sangraban. Vi su mundo
a través de los míos,
notando de su envidia
la vejez prematura,
su torpe sueño breve.
Como todos, yo había despertado,
y la tranquilidad de la naturaleza
nos mostraba caminos diferentes
en el amanecer. Cada mañana
templada, se ofrecía a poseerla
sin pedir nada a cambio.
¿Fuiste tú quien se dio,
si nadie puede darse así realmente,
o fueron las montañas
morenas o marrones
con sus senos metálicos,
y la felicidad?

Juan Carlos Abril



El vigía

Veo en el horizonte un humo verde
reptando, caprichoso,
igual que una culebra entre las rocas.
Y cerca, en el camino a mitad de este sendero,
la verja vegetal que lo recubre
lujosa, decadente,
escarchadas y lánguidas
clarean unas ramas.
Parecen tensas venas que sujetan
a punto de partirse este paisaje
en la ventana de la fantasía.

Protege la muralla.
Y cómo cubre cárdena su imagen
y oscila en la penumbra,
cómo se pierde, y cómo se difunde.

Justo ahí donde empieza la escalera,
una escalera natural
de piedra, justo ahí es donde paro,
y me vuelvo otra vez.

Y aquí yo, y tú también,
ya nosotros.
Con miedo incluso, incluso
incertidumbre, en triple dirección.
Con la mano temblando al escribir
esta venérea milicia, noble
título, y mucho más real; pues sabemos
que no nos pertenece casi nada,
que todo es suyo y nuestro,
y que yo no soy nadie.
¿Algo es mío?

¿Cómo es posible ahora
escuchar su advertencia?
¿Cómo estar en lo cierto
y descifrar los símbolos osados
que la belleza desinteresada
rasga en nuestras imágenes?
¿Preguntas
indefinidamente sin respuesta?

Daré la voz de alarma
ante cualquier extraño movimiento.
Tengo explícitas órdenes
de tirar a matar.


De "El laberinto azul", 2001

Juan Carlos Abril


Galope

Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo. Lejos.

Se parece al deseo
de ser nosotros, sí, nosotros mismos
ahora, mas no hay nada,
no hay almas.
Hay relojes
antiguos con delgadas manecillas
locas, y lentos medallones de oro
prendidos en tu pecho.
Como una inmensidad que nos rodea
sin sentido, a nada nos reduce
y abandona lo suyo.

La soledad es ciega y es salvaje.
Sujétate a sus crines despeinadas
y agárrate bien fuerte.

De "El laberinto azul", 2001

Juan Carlos Abril


Traición

Este mundo de enfrente se encarama
donde puede y es tuyo sin saberlo,
a tu vida traiciona sin buscarlo
y no tienes la culpa.

En el pasado
fuiste feliz con la tranquilidad
de aquellos sueños, todas las promesas:
habitaba en tu mente un bosque inmenso
y siempre te asombrabas
con el murmullo de las caracolas.
Te sentías seguro en sus manos, protegido
por la mirada noble y bondadosa del padre.
Detrás de su existencia sólo había
una debilidad única: tú.

Nunca
más brillarán los ojos como entonces,
víctima de una infancia
demasiado perfecta.

De "Un intruso nos somete", 1997

Juan Carlos Abril


EL REY HOJA

Ver significa primavera
y una corona adolescente
entrelazada de atributos.

Pero una venda forma enigmas
e, igual que el pan que crece oculto
en nuestro cuerpo, ignora el daño:

sólo nos guían los adornos
que a través de su flauta — algo se cumple
o se descifra — inician otra fuga.

En la persecución seremos vegetales.

Juan Carlos Abril

miércoles, 26 de mayo de 2010

Eloy Sánchez Rosillo

Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 24 de junio de 1948), poeta español.

Profesor de literatura española en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia, obtuvo el Premio Adonais de 1977 con su libro Maneras de estar solo (Ediciones Rialp, Madrid, 1978), que lo dio a conocer en la poesía española contemporánea. Ha publicado posteriormente otros seis libros de poemas: Páginas de un diario (El Bardo, Barcelona, 1981), Elegías (Trieste, Madrid, 1984), Autorretratos (Ediciones Península / Edicions 62, Barcelona, 1989; segunda edición, mismo año), La vida (Tusquets Editores, Barcelona, 1996; décima edición, 2008), La certeza (Tusquets Editores, Barcelona, 2005), al que se le concedió el Premio Nacional de la Crítica correspondiente al año de su publicación, y Oír la luz (Tusquets Editores, Barcelona, 2008).

Su poesía completa ha sido publicada hasta la fecha en tres ocasiones: Las cosas como fueron (1974-1988), recopilación de los cuatro primeros libros del autor, con numerosas correcciones (Editorial Comares-La Veleta, Granada, 1992; segunda edición, revisada, 1995) y Las cosas como fueron (Poesía completa, 1974-2003), que recoge todos los títulos de Sánchez Rosillo (excepto La certeza y Oír la luz), con nuevas correcciones y algunos poemas inéditos (Tusquets Editores, Barcelona, 2004). Hay también una antología de su obra, Confidencias, con prólogo y selección de Andrés Trapiello (Editorial Renacimiento, Sevilla, 2006).

Ha publicado asimismo el ensayo La fuerza del destino (Universidad de Murcia, 1992), y traducido una Antología poética de Giacomo Leopardi (Editorial Pre-Textos, Valencia, 1998; segunda edición, 2004). Seleccionó e hizo el prólogo de El volador de cometas, antología poética de Andrés Trapiello (Editorial Renacimiento, Sevilla, 2006). Ha colaborado en numerosas revistas literarias y sus poemas figuran en las antologías más representativas de la poesía actual. Alguno de sus libros y selecciones más o menos extensas de su poesía han sido traducidos a diversos idiomas.

Información obtenida de Wikipedia

Alabanza de la noche

La luz los separaba. No podían
acomodar sus ojos al dolor que la mañana
derramaba en su mundo, en el tierno desorden de sus cosas.
El día le dictaba a la indolencia normas de claridad,
difíciles caminos bajo el sol.

Malgastaban su tiempo en trabajos extraños,
en tareas que les eran ajenas y que las horas
dejaban en sus manos de repente.

Y transcurrían siglos de silencio, inacabables
épocas de sed, grandes espacios de flores muertas,
Pero al fin la triste respiración de la ciudad cansada
les decía que comenzaba a regresar el atardecer.
Posaban la mirada en las lejanas cumbres. Presentían
que en el rumor oscuro de sus árboles
ya estarían las aves buscando su cobijo,
su humilde refugio de verdor apagado.

Entonces olvidaban la larga separación,
rompían las ataduras de la luz
y se encontraban de nuevo en el límite exacto de la sombra.

Porque la noche los unía, los empujaba suavemente
al lecho en que los cuerpos celebran los ritos de la
inmediatez,
al reino de la inocencia y de lo verdadero.

11 de junio de 1976

Eloy Sánchez Rosillo


Alrededores de la luz

Casi sin ver la realidad del día
ni la certeza de su claridad,
ando en busca de ti, de los vestigios
de unos años, de un mar, de unos lugares.
Porque la sombra avanza y los astros escriben
sus órdenes fatales en mi frente,
y es triste a solas proseguir la angustia
de los caminos que iniciamos juntos.

Pensar un cuerpo es inventar la noche
de las islas perdidas, el fulgor
olvidado en los brazos de la hierba.
Es difícil ahondar en el silencio,
llenar de amor el hueco que el instante
abre en el grito con que te pronuncio.

No escucho la presencia de tus pasos
vigilando la herida de los versos escritos
ni el temblor desolado de la tarde
deja en mi voz el poso transparente
de lo que ardió y se fue y es ya elegía.

Seguir es regresar, volver al borde
del lecho aquel, de la blancura en llamas.
La soledad me dicta letras anochecidas
y las horas se duermen en el pulso del tiempo.

Vuelve a llamarme. Esparce tus designios
en las proximidades de otra hoguera.
Se acabará el sonido del invierno,
la mirada extendida, la sed de las palabras
El deseo que recuerda el color de unos ojos
descansará en la tierra que conoce.
Las calles arderán a mediodía
y cantará la luz entre mis manos.

14 de marzo de 1974

Eloy Sánchez Rosillo



Camino del silencio

Y ahora cállate. No dejes que a tus labios
se asomen nunca más las palabras que hoy
has dicho por vez última. Guarda la voz
para tu soledad. Que tu trabajo
sea el silencio, el gozo o el dolor de callar
lo que las horas te dieran, lo que aprendiste
en los días luminosos que se fueron.

Eloy Sánchez Rosillo



Cavidad permanente

Eran tan sólo cuerpos asustados,
carne color de grito, fiebre alerta
en la savia lunar de los rumores.
Al llegar pronunciaron su oleaje,
su ocupación cansada de la noche.
Hincaron su raíz en la penumbra
y en los atrios brillaron las señales
de una claudicación predestinada.
Nada dijeron de la luz herida,
de las gargantas que se despertaron
sobre la oscuridad de ciertas horas,
ni del murmullo arrodillado, lento,
de la respiración de sus edades.
Sobre la piel de una sonrisa muerta
creció la profecía de los nombres.
Las calles se olvidaron de los ecos
que acaricia al pasar la madrugada,
y la humedad trepó por la osamenta
de una ciudad hundida en el verano.
Nadie pudo advertir con su ternura
la palabra que el tiempo edificaba
sobre un reloj partido: la memoria.
El Sur se levantó sobre la sangre
y la sangre gritó en sus acueductos.
Después volvió el dolor a los caminos
y abrió sus espirales la costumbre.

12 de abril de 1974

Eloy Sánchez Rosillo



Cuerpo dormido

A veces recuerdo la tibieza de aquellos días,
la gracia de aquel cuerpo dormido,
la blancura del lecho en un rincón del cuarto,
el libro abandonado, entreabierto,
la lámpara sumisa, la ventana,
el sonido lejano de la lluvia,
los lentos rumores de la noche.
y pienso entonces que fue hermosa la vida,
y acaricio en mi pecho las heridas del tiempo.

25 de agosto de 1975

Eloy Sánchez Rosillo



Tierra de la soledad

Con el tiempo los cuerpos se acostumbran
a caminar completamente solos
sobre la tierra de la soledad.
Las vagas sensaciones, los recuerdos
de los lugares en los que encontramos
a alguien con quien hablar, a alguien que escuche
nuestras palabras mientras cae la tarde,
se van borrando lentamente, como
huellas que el viento apaga y desordena.
Y el eco tibio del antiguo encuentro
no persiste en la voz, en el lenguaje
con que aprendimos a nombrar las cosas.
Sólo queda la noche. Y nos perdemos
en el largo silencio de las calles
vacías. Y al llegar la madrugada
sentimos frío y respiramos muerte.

16 de octubre de 1975

Eloy Sánchez Rosillo



Tarde de junio

Ahora, juntos, vivimos la hermosura
de esta tarde de junio,
el fulgor de las horas en que nos entregamos
al conocimiento de la verdad del amor,
a la gran llamarada del encuentro.
Ahora sabemos que toda la alegría
cabe en el mundo breve de esta habitación,
en el espacio ardiente de este lecho.
La luz cansada del atardecer
dibuja sobre el tiempo islas doradas.
En un rincón del cuarto
brilla la enredadera de la música.
Un viento súbito sacude nuestros cuerpos.
y lo olvidamos todo.
Después regresan las miradas lentas,
los gestos satisfechos, las sonrisas.
Y luego contemplamos en silencio
con qué dulzura va cayendo la noche
sobre la indiferente ciudad que nos rodea.

"Maneras de estar solo" 18 de junio de 1975

Eloy Sánchez Rosillo


Supón que aún es agosto y que no estás tan lejos...

...aunque el ser amado esté ausente, a mano están sus imágenes
y su dulce nombre resuena en nuestros oídos.
Lucrecio

Supón que aún es agosto y que no estás tan lejos
de esta ciudad que todavía guarda
los últimos vestigios de aquella altiva llama del verano
que lentamente fue, como todo, muriéndose;
imagina que aun estas aquí, conmigo,
en la paz de esta casa que la luz hace hermosa,
y busca en tu memoria el esplendor dorado
de los días perfectos que en ella -porque así
lo deseó algún dios de mirada propicia-
hemos vivido, ajenos a todo aquello que no fuera
nuestra propia alegría de estar juntos.

Recuerda.
Mira. Mira esas gloriosas
mañanas: hace un rato que tú te despertaste,
y esperas en silencio a que yo abra los ojos
para darme los buenos días y decirme -hoy también-
que eres dichosa.
Y me señalas luego
ese rayo de sol que entra por la ventana
y aquí, junto a la cama, en el suelo, dibuja
un dulce charco de oro.

No dejes que se borren
de tu alma las risas de ese tiempo,
las palabras ardientes que sonaban
como un cristal finísimo y llenaban de música
las horas del amor: el espacio inocente
de la pasión cumplida en las radiantes noches
que nuestros cuerpos conquistaron.

Contempla estas imágenes,
y olvídate de ese lugar que ahora
a tu pesar y a mi pesar habitas:
calles llenas de otoño, gentes que desconocen
nuestra historia, tierras que no son tuyas,
y ese río que en nada se parece
a éste nuestro de aquí, que bajo el sol discurre
a través de los huertos.

Ojalá lleves siempre
contigo, a cada instante, mi recuerdo,
y estas palabras que en la noche escribo
pensando en ti, para que tú las leas,
te ayuden a estar sola,
y te acompañen.

De Páginas de un diario

Eloy Sánchez Rosillo



Sonido de un cuerpo

Dejadme a solas una noche entera
con esta voz que tiembla decidida y mojada,
con este cuerpo frágil y agresivo que pronuncia las
letras de un incendio instantáneo,
de un dolor que derriba las paredes del miedo
y erige su canción en la tierra arañada.
En la profundidad de esos ojos es posible encontrar
la huella de un astro salvaje,
de un vegetal orgulloso y persuasivo.

Este presente es llave, libertad, cárcel, mundo que
yo conozco:
la selva misteriosa de una piel reencontrada,
el verano extendido de una frase, de un gesto,
la sorpresa desnuda de un acto infinitamente repetido,
la posesión de un agua secreta.
Calles con sed, desiertos de mi mano,
oscuridad que palpa la epidermis del trigo,
encuentro de dos gritos usados,
cicatrices de antiguas y extensas caricias.

El vértigo que habita este minuto,
que instala su deseo en la cima de esta unión desesperada,
taladra el vidrio opaco de las soledades que dejamos atrás:
oficios que mancharon con su cera abatida la frente
de los metales más sonoros,
ocupaciones que nos persiguieron,
instrumentos roncos avecindados en ciudades húmedas,
poderes que sembraron tristes banderas en mi carne.

Ahora siento tu olor, ahora te escucho. y sólo existe
la voluntad madura de unos labios que cantan.
Afuera quedó todo. No hay ventanas
en esta habitación que nos acoge.

25 de marzo de 1974

Eloy Sánchez Rosillo


Preludio

Ya no sé cuándo, pero una vez dijiste
algo sobre la noche, algo acerca
de los poderes de la oscuridad.
y tus palabras, tan extrañas a ti, tan diferentes
de tu esencial y conocida luz,
me hicieron recordar los largos años
que tardó este presente en madurar.

Hubo un tiempo anterior. Hubo una ausencia
de sol acariciando los lugares
que después me ofrecieron su verdad más profunda.
y fue lento el azar. Y fueron lentos
los toscos argumentos del dolor,
las oblicuas miradas de la sombra.

Ahora escucho el sonido claro que en la mañana
se alza sobre los cuerpos, los paisajes
que antes fueron oscuros.
Frente a mis ojos brillan
realidades distintas, que hoy comprendo.

Pero cuando la tarde se acerque a los confusos
y trágicos colores de su fin,
tal vez oiga de nuevo la voz que había olvidado
y tenga que encontrar otras razones
para pensar que esto tampoco es cierto.

16 de diciembre de 1976

Eloy Sánchez Rosillo




Mar

Me entrego sin tristeza a ese rumor amargo
en el que el miedo agita con ira sus metales,
y, habitante de un mundo de muerte y transparencia,
obligo a mi mirada a vagar por un cuerpo.
Con urgencia golpeo sobre las decisiones
de un mar que no conozco, de un dolor que introduce
su noticia de sal en la herida reciente.
He abandonado el barro, la arcilla conocida,
para vivir al borde de un peligro que amo,
para buscar las manos que sostengan mi rostro
sobre el silencio neutro de las profundidades.
Parpadea un color, un informe lejano,
una constelación de sabores marchitos,
y una materia oscura, casi vencida, escucha
el vasto movimiento de un corazón insomne.

Se aproxima la noche.
Desaparece el rastro
que trazaron mis labios sobre la dulce piel
de un tiempo que latía.
Una piedra señala
el origen concreto de un orden sacudido.
y una mínima lumbre, una gota encendida,
encuentra al fin su lecho, su destino en la espuma.

La espera es una angustia que fluye lentamente.
Mis ojos amanecen enfrente de un deseo.
Ahora puedo gritar: un círculo de vidrio
observa los caminos que el sol abre en el agua.

14 de abril de 1974

Eloy Sánchez Rosillo



Las sombras anteriores

Aquel brillo asustado de tus ojos, cuando la tarde
derramaba su cansancio sobre la ciudad.
Aquella impotencia del deseo, del amor amenazado,
oprimido por un peso ajeno
a nosotros, a nuestra fuerza, a nuestra
capacidad para arrodillarnos ante el dolor.

La luz cayó sobre tu piel, dejando
en ella un sabor dorado, un halo de dulzura sin historia.

Pero luego el recuerdo aproximó sus redes
y el pasado alzó sus voces enterradas.


No había nadie. Sin embargo,
una impensada presencia, un implacable
mandato de regreso a los orígenes
se impuso de repente.

Cuando llegó la noche
se nos hizo difícil avanzar por las calles,
dirigir nuestros pasos hacia el lecho
en el que convivían el fuego y el olvido.
No era posible decir las palabras de siempre,
pronunciar los augurios de cada día.
Porque tu país nos llegaba a través del olor de la lluvia,
y el tiempo se negaba a ser piedra sin fecha,
camino detenido, huella leve.

Las tierras lejanas que yo había visto
se agolparon de pronto delante de cualquier sonrisa,
y se detuvo el aire de la madrugada,
y comenzaron a despertarse en mi memoria
las temidas imágenes, los avisos
de una costumbre que no me había abandonado,
que defendía su antigua conquista.

Tuvimos que olvidar los círculos recientes,
las aproximaciones asumidas, los sabores
de la oscuridad deseada, de las cálidas luchas.
Y vimos cómo iba creciendo la sombra junto a nuestro
abrazo.
Y cerramos los ojos porque teníamos miedo.

21 de julio de 1975

Eloy Sánchez Rosillo

martes, 25 de mayo de 2010

Ángela Figuera Aymerich

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Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902 - Madrid, 1984)
Poeta española nacida en Bilbao. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, siendo Catedrática de Lengua y Literatura en los Institutos de Huelva, Alcoy y Murcia, y trabajando en la Biblioteca Nacional.

Se inició en la poesía dentro de una línea que puede considerarse heredera de Antonio Machado por su apego a lo cotidiano y paisajístico. En 1932 se casa con Julio Figuera y en 1935 da a luz a un niño que muere al poco tiempo de nacer (maternidad y ternura son constantes temáticas en su obra).

Al desatarse la guerra, su esposo se alista en las milicias republicanas. Ángela, embarazada de nuevo, conocerá entonces lo que describió como “la muerte en torrentera”, primero en el Madrid asediado por los golpistas, donde nace su hijo Juan Ramón, luego en Valencia. La derrota de la República trae consigo la de sus defensores, privados de sus titulaciones académicas, empleos, bienes. Perseguidos por los vencedores, el conjunto de la familia Figuera decide trasladarse a Madrid, donde pasarán más desapercibidos y, tal vez, podrán encontrar trabajo. Mientras la situación se normaliza, Ángela y su hijo se trasladan a Soria donde, de alguna manera, la escritora reencuentra la paz, el paraíso perdido, y la realización de muchos de sus anhelos juveniles.

Todos estos son datos son esenciales para la comprensión de algunas de las constantes poéticas de Ángela Figuera. Hay que decir también que la poetisa escribía casi desde su infancia, poemas de corte modernista, imitativos según su propia definición, que rara vez han sido publicados y de los que apenas se conservan los recogidos en un cuaderno inédito.


La preocupación por el mundo femenino constituyó una de las marcas temáticas de su obra: llevó a su quehacer poético el mundo de la esposa y madre de familia que era, aunque alejándose de tópicos e idealizaciones. Sus dos primeros libros se incluyen en esta etapa y son Mujer de barro (1948) y Soria pura (1949), se trata de dos obras intimistas en las que se refleja la mujer que vuelve a ser feliz tras tanta muerte y desastre, la persona realizada en el ámbito familiar y en el amor, aunque ambos libros en aquél momento, fueros censurados por "exceso de sensualidad", siguió su carrera literaria.

Posteriormente, la influencia de Gabriel Celaya llevó a Ángela Figuera a la poesía social, en la
que se inscribirá el resto de su obra, desde Las cosas como son (1950), pasando por títulos como Vencida por el ángel (1951), El grito inútil (1952), Los días duros (1953) y Belleza cruel (1958).

Este último mereció un prólogo elogioso de León Felipe. Su última obra en esa línea fue Toco la tierra. Letanías, publicada en 1962, cuando la poesía social empezaba a agotarse. Con posterioridad publicó dos poemarios para niños: Cuentos tontos para niños listos (1979) y Canciones para todo el año (1984). Dos años después de su muerte se publicaron sus Obras completas.

Belleza cruel es, sin duda, su libro más conocido. En él, asfixiada por los estrechos límites marcados por el franquismo, recoge una serie de poemas rabiosos y críticos que la censura no habría permitido publicar. Por este motivo remitió la obra a unos amigos residentes en México quienes la presentaron al Premio de Poesía Nueva España, impulsado por la Unión de Intelectuales en el exilio.

El libro gana el premio y es editado con un prólogo realmente histórico de León Felipe en el cual se retracta de anteriores opiniones, reconociendo la existencia de una importante nueva generación de escritores y escritoras en la Península.

Con Toco la tierra llega sin embargo el cansancio, el agotamiento de la escritora que comprende lo reiterativo de sus llamadas a transformar la vida. Este libro llevará un subtítulo elocuente para definir ese estado de ánimo, “Letanías”. Y se produce un fenómeno que se ha repetido muchas veces en la crítica literaria dirigida a escritoras. El libro es acogido con bastante frialdad y son varios los comentarios que se ceban, sin demasiado motivo, en estos poemas, aludiendo a ese repetirse en las ideas. Da la impresión de que cuando la obra criticada pertenece a una mujer las opiniones pueden ser mucho más agresivas. A partir de este momento se produce la progresiva retirada de Ángela Figuera del panorama literario. Sólo algunos poemas sueltos, los Cuentos tontos para niños listos (1980) y la póstuma Canciones para todo el año (1984) rompen un silencio cada vez más espeso. Y se produce otro fenómeno característico también a la hora de valorar la literatura
escrita por mujeres: su rápido e inmerecido olvido.

Ángela fallece en Madrid, en 1984. La noticia tendrá un muy escaso eco. A partir de ese momento su esposo Julio inicia una labor incansable hasta su muerte en 1994, tratando de que la obra de la poetisa no caiga en el olvido. Como resultado en parte de esa labor, en 1986, la editorial Hiperión publica la primera edición de sus Obras completas.

En la poesía de Ángela encontramos la voz de una mujer sincera, consciente de su papel y de su función, que escribe para que le entiendan, que desea llegar a sus lectores, una mujer ubicada en una auténtica encrucijada de caminos: vasca en Madrid, generacionalmente entroncada con el 27 pero que conecta con los poetas de la posguerra, antifranquista, escritora en un mundo dominado por hombres, madre, a la vez temprana lectora de Simone de Beauvoir y defensora del papel social de la mujer, sin definirse por ello feminista, una escritora que intentó siempre construir puentes entre muy distintas sensibilidades artísticas, culturales, políticas... En torno a ella convergen nombres tan diversos como Pablo Neruda, Gabriel Aresti, Blas de Otero, Gerardo Diego, Antonio Buero Vallejo... Ángela Figuera se constituye en los años 50, además, como una auténtica bisagra entre los círculos culturales vascos y madrileños. Por todo ello no debemos, no podemos olvidarla.

Junto a Blas de Otero y Gabriel Celaya, formó parte del Triunvirato Vasco de la poesía de posguerra.

Necesitamos de Ángela Figuera.
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Escrito de León Felipe dirigido a Ángela Figuera Aymerich



Información obtenida de:

- redescolar.ilce.edu.mx
- Don Jose Ramón Zabala en http://angelafigueraaymerich.gipuzkoakultura.net/




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Suave, pausada, tierna, transparente,
como un cristal flexible, dulce el tacto.

El sol es un redondo albaricoque
limpio y maduro, con sabor y zumo,
sobre la porcelana de la tarde.

¡Qué rostro delicado de Narciso
inclina el cielo sobre el agua lenta!

Esas menudas nubecillas tienen
mejillas sonrosadas, como niños.

Plata sin brillo y verde sin violencia
las vacilantes hojas de los álamos.

Frente al medido vuelo de las aves,
mi vida se remansa: que no sufra
el pecho inmóvil de la tierra blanda
bajo mis pasos; que mis manos, quietas,
no pongan roces en el aire tibio;
que no rayen mis ojos
ese pulido esmalte de las cosas.

Respiraré el aliento de la tarde,
sola, sin voz: que acaso las palabras
lastimen el purísimo silencio.

poesía de Ángela Figuera Aymerich
Todos los derechos reservadosfotografía de María J. Leza, atardecer en San Sebastián ©



BELLEZA CRUEL

Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.

Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.

Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.

Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.

Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.

Ángela Figuera Aymerich



BOMBARDEO

Yo no iba sola entonces. Iba llena
de ti y de mí. Colmada, verdecida,
me erguía como grávida montaña
de tierra fértil donde la simiente
se esponja y apresura para el brote.
Era mi carne, tensa y ahuecada,
nido cerrado que abrigaba el vuelo
de un ala sin plumón y con grillete:
casi cristal y casi sueño. Tierna.

Iba llena de gracia por los días
desde la anunciación hasta la rosa.
Pero ellos no podían, ciego, brutos,
respetar el portento.
Rugieron. Embistieron encrespados.
Lanzaron sobre mí y mi contenido
un huracán de rayos y metralla.

Del más bello horizonte, del más puro
cielo de otoño vomitaron lluvia
de ciegos mecanismos destructores
que desataban sobre el cauce seco
del callejero asfalto sorprendido
los ríos de la sangre.

(...) Noches de sueño incierto, triturado
por la tremenda sinfonía
del frente en erupción y los caballos
del miedo galopando en explosivos.

Y la sangre con hambre que se exprime
hasta la última esencia
para nutrir al hijo sazonándose.

Y la desnuda soledad del cuerpo,
desorientado, desgajado en vivo
del cuerpo del amante.

Aquellas noches del pavor sin luces,
apelmazadas de odios y de ruinas,
yo te esperaba. Me llegaste a veces.
Del último bisel de la tragedia,
del borde mismo de la hirviente sima
venías hasta mí. Me contemplabas
con unos ojos llenos de agua sucia
donde asomaban rostros de cadáveres.
Ojos que procuraban ser risueños
y mansos al pasar por mi figura
y acariciar con luces de esperanza
la curva de mi vientre.

¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa,
con qué vibrar de nervios y raíces
nos quisimos entonces!

Yacíamos unidos, sin lujuria,
absortos en el hondo tableteo
de nuestros corazones. Escuchando
de vez en vez el tímido latido
del otro corazón encarcelado
que ya, para nosotros, gorjeaba.
Yo sonreía señalando el sitio
en que un talón menudo percutía
mis íntimas paredes en un ansia
gozosa de correr por los senderos
apenas presentidos.

Y, en medio del olvido refrescante,
en lo mejor del conseguido sueño,
surgía denso, alucinante, bronco,
el bélico zumbar de la escuadrilla.
Bramando, sacudiendo, despeñándose,
atropellándose los ecos
iban las explosiones avanzando,
cada vez más cercanas,
hasta que, al fin, la muerte en torrentera,
en avalancha loca, trascurría
sobre nuestras cabezas sin refugio.

Entonces tú, imperioso, dominante,
con un impulso elemental de macho
que guarda la nidada, con un gesto
ardiente y violento como el acto
de la amorosa posesión, cubrías
mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
haciendo de tus largos huesos duros,
de tu apretada carne exacerbada,
un ilusorio escudo indestructible
para el hijo y la madre.

Así, unidas las bocas, trasvasándonos
el tembloroso aliento, diluidos
en éxtasis de espanto y de delicia,
las almas contraídas, esperábamos...

No. Nunca nos quisimos como entonces.

Ángela Figuera Aymerich



CAÑAVERAL

Entre las cañas tendida;
sola y perdida en las cañas.

¿Quién me cerraba los ojos,
que, solos, se me cerraban?

¿Quién me sorbía en los labios
zumo de miel sin palabras?

¿Quién me derribó y me tuvo
sola y perdida en las cañas?

¿Quién me apuñaló con besos
el ave de la garganta?

¿Quién me estremeció los senos
con tacto de tierra y ascua?

¿Qué toro embistió en el ruedo
de mi cintura cerrada?

¿Quién me esponjó las caderas
con levadura de ansias?

¿Qué piedra de eternidad
me hincaron en las entrañas?

¿Quién me desató la sangre
que así se me derramaba?

...Aquella tarde de Julio,
sola y perdida en las cañas.

Ángela Figuera Aymerich

 
COLINA

Ola cuajada en la piedra
con espuma de romero,
hasta tu desnuda cima
me has levantado sin vuelo.
Sobre tu lomo clavada
-mástil sin vela en el viento-
de un horizonte redondo
soy matemático centro.
Ocres, amarillos, verdes,
me enredan los pensamientos...
-pinos, tierra; tierra, pinos;
Duero, chopos; chopos, Duero-.
El aire me hace sorber
tragos de frío silencio.
El péndulo de la tarde
me bate lento en el pecho.
El grito de un ave avanza,
hélice de agudo acero:
manos y boca me sangran
sólo de intentar cogerlo.

Ángela Figuera Aymerich

 

CUANDO NACE UN HOMBRE...

Cuando nace un hombre
siempre es amanecer aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.

Cuando nace un hombre
hay un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.

Cuando nace un hombre
florecen rosas imprevistas
en el jarrón de la consola
y aquellos pájaros bordados
en los cojines de la sala
silban y cantan como locos.

Cuando nace un hombre
todos los muertos de su sangre
llegan a verle y se comprueban
en el contorno de su boca.

Cuando nace un hombre
hay una estrella detenida
al mismo borde del tejado
y en un lejano monte o risco
brota un hilillo de agua nueva.

Cuando nace un hombre
todas las madres de este mundo
sienten calor en su regazo
y hasta los labios de las vírgenes
llega un sabor a miel y a beso.

Cuando nace un hombre
de los varones brotan chispas,
los viejos ponen ojos graves
y los muchachos atestiguan
el fuego alegre de sus venas.

Cuando nace un hombre
todos tenemos un hermano.

Ángela Figuera Aymerich


NO QUIERO

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.

No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.

No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...

Ángela Figuera Aymerich


SIN LLAVE

Me tienes y soy tuya. Tan cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!...

Tú me dices a veces que me encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota... Y tú quisieras tuya
la llave del misterio...

Si no la tiene nadie... No hay llave. Ni yo misma,
¡ni yo misma la tengo!

Ángela Figuera Aymerich


CULPA

Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.

Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.

Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.

Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.

Ángela Figuera Aymerich
DESTINO

Vaso me hiciste, hermético alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.

«Hágase en mí», repuse. Y te bendije
con labios obedientes al destino.

¿Por qué, después, me robas y defraudas?

Libre el varón camina por los días.
Sus recias piernas nunca soportaron
esa tremenda gravidez del fruto.

Liso y escueto entre ágiles caderas
su vientre no conoce pesadumbre.

Sólo un instante, furia y goce, olvida
por mí su altiva soledad de macho;
libérase a sí mismo y me encadena
al ritmo y servidumbre de la especie.

Cuán hondamente exprimo, laborando
con células y fibras, con mis órganos
más íntimos, vitales dulcedumbres
de mi profundo ser, día tras día.

Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle
hijo del Hombre cuando, fieramente,
con decisiva urgencia me desgarra
para moverse vivo entre las cosas?
Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
Saben a mí sus lágrimas primeras.
su risa es aprendida de mis labios.
y esa humedad caliente que lo envuelve
es la temperatura de mi entraña.

¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?
¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
como amputado miembro, como rama
desconectada del nutricio tronco?

En vano mi ternura lo persigue
queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
Alto se yergue. duro se condensa.
Su frente sobrepasa mi estatura,
y ese pulido azul de sus pupilas
que en un rincón de mí cuajó su brillo
me mira desde lejos, olvidando.

Apenas sí las yemas de mis dedos
aciertan a seguir por sus mejillas
aquella suave curva que, al beberme,
formaba con la curva de mis senos
dulcísima tangencia.

Ángela Figuera Aymerich
DURAR

Yo pasaré y apenas habré sido,
-frágil destino de mi pobre arcilla-.

Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.

Ángela Figuera Aymerich


ÉXODO

Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.

Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.

Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.

Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.

Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.

Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.

Ángela Figuera Aymerich


LA OTRA ORILLA

A la orilla del río, en una orilla,
miro la otra: juncos, hierva suave,
troncos erguidos, ramas en el viento,
cielo profundo, vuelos desiguales...

¿Y esta orilla?... Mirarla, verla, verme,
estando aquí y allí; completa, ubicua...

Cuando te miro, amado -amor en medio-
también quisiera estar en la otra orilla.

Ángela Figuera Aymerich
NADIE SABE

Abre tus ojos anchos al asombro
cada mañana nueva y acompasa
en místico silencio tu latido
porque un día comienza su voluta
y nadie sabe nada de los días
que se nos dan y luego se deshacen
en polvo y sombra. Nadie sabe nada.

Pisa la tierra. Vierte la simiente.
Coge la flor y el fruto. Sin palabras.
Pues nadie sabe nada de la tierra
muda y fecunda que, en silencio, brota,
y nadie sabe nada de las flores
ni de los frutos ebrios de dulzura.

Mira la llamarada de los árboles
irguiéndose en lo azul. Contempla, toca
la piedra inmóvil de alma intraducible
y el agua sin contornos que camina
por sus trazados cauces ignorándolos.
Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
Pues nadie sabe nada de los árboles
ni de la piedra ni del agua en fuga.

Mira las aves, altas, desprendidas,
rayando el sol a golpe de sus alas.
Toma del aire el trino y el gorjeo,
pero no quieras traducir su ritmo,
pues nadie sabe nada de los pájaros.
Mira la estrella. Vuela hasta su altura.
Toma su luz y enciéndete la frente,
pero no inquieras su remoto arcano
pues nadie sabe nada de la estrella.

Besa los labios y los ojos. Goza
la carne del amante sazonada
secretamente para ti. Acomete
con decisión humilde la tarea
del imperioso instinto. Crece y ama.
Mas nada digas del tremendo rito
pues nadie sabe nada de los besos,
ni del amor ni del placer ni entiende
la ruda sacudida que nos pone
el hijo concluido entre los brazos.

Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
Cierra las fauces del dolor oscuro,
pues nadie sabe nada de las lágrimas.

Vete a hurtadillas con discreto paso.
Traspasa quedamente la frontera,
pues nadie sabe nada de la muerte.

Ángela Figuera Aymerich



No sé cómo ha ocurrido. está todo tan malo,
como suele decirse. Me he quedado muy pobre.

No tengo ni un jilguero ni una estatua.
No tengo ni una piedra para tirarla al mar.
No tengo ni una nube que me llueva por dentro.
Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

No tengo ni una mata de tomillo
para tender el pañuelo.

(Verdad es que tampoco tengo pañuelo.
Se nota cuando lloro y mis lágrimas corren como ríos de lágrimas.)

No tengo ni una tira de tafetán rosado
para tapar las grietas del corazón. No tengo
ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.

Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.
Ni un pedazo de Dios que me cubra las carnes.

Me he quedado tan pobre
que no tengo suquiera dónde caerme viva.

Ángela Figuera Aymerich


TRISTEZA


Salí a hacerme una casa con tu madera pura
Pablo Neruda

No quise nada malo. Solamente
construirme una casa.

Con la madera pura y olorosa
de los ásperos pinos,
de los dulces castaños,
de los robles tenaces que mi España sustenta.

Una casa para mí
sobre la dura tierra de mi patria
taraceada de huesos anteriores
al calor de mi sangre.

Una casa cuadrada, inocente,
con las paredes lisas bañadas
en cal blanca y apacible
como la leche materna
con un rojo tejado jubiloso
y un alero propicio
para los nidos de las golondrinas
y la sombra violeta de los sueños.

Unos muros,
unos sencillos muros nada más
haciendo soledad para mi alma,
cercándome el anhelo de los ojos.

Contra el terror estúpido de las noches,
contra la vergüenza de los días demasiado brillantes,
un fiel caparazón de cal y canto.

Una fresca penumbra
con un clavo en espera paciente
donde colgar las ropas sudadas
y el cansancio de las horas larguísimas.

Un rincón sin testigo
para esconder esas lágrimas sucias
que se lloran en los atardeceres.

Una alcoba caliente y profunda
para el sueño, para el amor, para el parto.
Para el instante impuro de esa muerte
desesperadamente mía.

Quería eso tan sólo. Salí a hacer una casa
cuando iba a amanecer y el cielo era bondadoso.
Pero todos se echaron sobre mí. Vete, perro,
que la tierra no es tuya.
Ni la piedra ni el árbol ni la sombra ni el aire.

Salí a hacer una casa. Y aquí me tenéis, hijos.
apaleado y desnudo.
Con mi corazón crédulo mojado por la lluvia.

Pintura de María Cristina Faleroni Christensen












Tras de tu ensueño quieres esconderte
haciéndote agorero de lo oscuro.
Tu labio es joven, tu decir maduro;
pero es la vida un vino rojo y fuerte.

Has de beberlo al fin o has de perderte;
y has de pisar sin miedo barro impuro
o, cuando creas verte más seguro,
te asombrará el tamaño de tu muerte.

Hombre serás si habitas con los hombres.
Ven a llamar las cosas por sus nombres;
no estés en soledad; entra en el coro.

Pon tierra, llanto y sangre en tu poesía;
rima tu canto con la luz del día
y se alzará más bello y más sonoro.
































Inhibición


No quiero irme viviendo, irme muriendo
en este remolino de los días,
ciegos de prisa, locos enredados,
mordiéndose las colas, resbalándose
por rotas espirales de impaciencia.

No quiero irme -¿adónde?- con el río
indócil, desbridado, de aguas negras
que huyen acongojadas
-¿de qué?, ¿de quién?- llevando peces muertos
en el espeso légamo del fondo
y un crepitar de estrellas degolladas
sobre la superficie.

Me quedaré en la orilla, aunque me toque
las sienes duras, frías como piedras,
dejadas en la noche junto al agua.
Los dedos como juncos sumergidos
batidos sin cesar por la corriente.
y el corazón ruinoso, embarrancado
como una vieja barca sin velamen.


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Jesús de Nazaret
(Dios hijo)
Cielo

Perdona que te escriba. De seguro
no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.
Segundo López Sánchez, carpintero,
casado, con mujer y cinco hijos.
Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)
Soy uno de tus pobres. Pero ocurre
que ya no tengo fuerzas ni paciencia.
Señor; mejor que bajes y lo veas.
Yo soy de pocas letras, mas decían
que fuiste del oficio cuando mozo.
No sé cómo andaría en aquel tiempo
lo de vivir del tajo y ser un pobre,
pero lo que es ahora es un milagro
mayor que el de los panes y los peces
poner algo en la mesa y repartirlo
para que llegue a todos. Haz la prueba.
Ven a carpintear entre nosotros
y vive del jornal. Sudarás sangre
como en el huerto. Y sal por los caminos
y ponte a predicar como solías
contra los fariseos y repite
aquellos de los ricos y la aguja,
y echa a los mercaderes de la iglesia,
y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto
de los prohibidos, y habla del reparto
y di que den lo suyo a quien lo gana.
Si no te crucifican como entonces
es porque ahora, apenas se abre el pico
te hacen callar. Bonita está la cosa.
Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.
Que no digan ni Cristo lo remedia.
Que no somos tan malos como dicen.
Pero es ya mucho machacar el hierro.
Luego se pone al rojo y se arma una,
y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.
De obrero a obrero te lo pido y firmo:
tu humilde servidor,
Segundo López


Ángeles de Gerardo
Y los ángeles de la guarda
en el pico traían las estampas.

Ángeles tuyos, gerardo,
por vientos y nubes blancas
de un mundo inventado adrede
dibujan las coordenadas.
Ángeles de X a Z
tejiendo raras guirnaldas
-azucenas en camisa,
rosas desencadenadas-.
Ángeles que van y vienen
rizando curvas distancias
desde tu frente a mi frente,
desde tu voz a mis pausas;
de tu Santander vecino
a mi Bilbao de Vizcaya;
de tus pinares del Júcar
a mi pinar de Berlanga
-sansebastianes barrocos
con tus saetas clavadas;
cristos de costado abierto
al golpe de mi lanzada-.
Arcángeles goteantes
de Compostela del Agua
llorando musgo dormido
por sus cabelleras lacias.
Ángeles de Soria fría
con alas de granizada
pescando en el viejo Duero
palabras de amor, palabras.
Ángeles del redondel
con taleguilla bordada
-en una mano la suerte
y la muerte en la otra palma-
y un ramo de banderillas
abanicando su espalda.
Arcángeles mecanógrafos
que en tus estrellas abstractas
teclean décimas justas
y liras equilibradas.
Ángeles de tus sonetos
-catorce golpes de ala-
ciñendo el ciprés de Silos
con espirales exactas;
llevándome -palma y prisma-
a la Giralda en volandas.
Ángeles, ángeles, ángeles
de tu verso y de tu guarda.
Todos llevan, todos traen,
en el pico, las estampas.
verbo nº 19-20, oct. dic. 1950, Alicante.
(Homenaje a Gerardo Diego)
Ángela Figuera Aymerich