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Bienvenido a este espacio dedicado a los poetas y a la poesía

domingo, 18 de julio de 2010

José Luis Hidalgo


José Luis Hidalgo (Torres, Santander, 1919- Madrid, 1947) es uno de los poetas más representativos de la línea existencial de la primera promoción de posguerra, y precursor de la «Quinta del 42» santanderina que fundó la revista Proel (1944-1945; 1946-1949), donde destacarían escritores como José Hierro, Julio Maruri o Carlos Salomón.

El rasgo definidor que subyace en la mayoría de sus composiciones es la indagación metafísica en torno a la Muerte, el Tiempo, el ser humano y Dios, temas esencialmente recurrentes en toda poesía meditativa, cuyos máximos exponentes habían sido Miguel de Unamuno y Antonio Machado.

José Luis perdió a su madre tempranamente; esta circunstancia le marcó profundamente y está presente en algunas de sus poesías iniciales. En 1929 se trasladó a vivir a casa de su tío, don Casimiro Iglesias; allí transcurrieron su infancia y juventud. En 1934, a los quince años, empezó a publicar sus primeras composiciones, principalmente cuentos y greguerías, en El Impulsor de Torrelavega.

Su interés por la literatura y el arte modernos le estimuló en su formación como incipiente pintor y escritor, y llegó a participar como conferenciante sobre poesía de vanguardia en la Biblioteca Popular de su ciudad, y como cartelista en la Olimpiada Popular de Barcelona (julio de 1936), ciudad donde le sorprendió la guerra. En agosto de ese año, visitó a Gutiérrez Solana, por quien sentía una gran admiración. Trabajó en la docencia en una escuela de Santander, y más tarde en Torrelavega.

Ese mismo año conoció a José Hierro, con quien entabló una amistad que nunca se quebraría. Juntos visitaron a escritores como Gerardo Diego y Manuel Llano. En 1937 escribió Canciones para niños. En 1938 fue obligado a cumplir el servicio militar, y trasladado a Pamplona; de esta época datan las composiciones de Mensaje hasta el aire, Ciudad y 10 poemas junto al mar, donde se manifiesta la veta creacionista y surrealista.

En 1939 fue enviado a Extremadura y Andalucía, donde se le encomendó la tarea de censar a los muertos de la Guerra Civil, trabajo que le afectó terriblemente, y del que procede su preocupación obsesiva por la muerte. Su último periodo del servicio militar lo cumplió en Valencia, donde estudió Dibujo y Pintura en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. En la capital levantina trabó amistad con Ricardo Blasco y Jorge Campos, con quienes editó la revista Corcel; juntos dan vida a tertulias literarias como la del Bar Galicia, y entran en contacto con jóvenes poetas como Vicente Gaos, etc.

En 1943 terminó sus estudios y viajó a Madrid. Presentado al premio Adonais con Raíz, obtuvo mención honorífica, junto con Carlos Bousoño, Blas de Otero y José María Valverde.

En Madrid también participó en la vida literaria y conoció a Vicente Aleixandre, una amistad decisiva en su trayectoria poética. Ese año apareció publicado en Valencia Raíz, que recoge algunos poemas de libros que no habían visto la luz (Mensaje hasta el aire, Ciudad y Luces asesinadas y otros poemas). En Valencia estuvo residiendo con él José Hierro, debido a problemas políticos de este último.

En 1945 publicó su segundo libro, Los animales, en las ediciones Proel de Santander (había intentado con anterioridad darlo a la luz en Valencia, en la editorial de su amigo Ricardo Blasco, pero hubo problemas con la censura, y tuvo que refundir algún poema, concretamente «Caballo»). Durante estos años, su vida transcurre entre Valencia, Santander y Madrid, mientras sus poemas iban apareciendo en diversas revistas: Proel, Corcel, Leonardo, Entregas de Poesía, Escorial, Espadaña, La Estafeta Literaria, Halcón... En este tiempo mantiene una gran actividad, concretada, además de en sus colaboraciones en revistas, en diversos empeños artísticos: una serie de poemas en torno a la muerte, una novela que dejaría inacabada —La escalera— y un proyecto de exposición pictórica, para la cual se trasladó en diciembre a Valencia, donde permaneció todo el invierno pintando, a primeras horas de la mañana, paisajes del río próximos a la ciudad.

La humedad y el frío repercutieron gravemente en su salud, lo que, junto con el estado de debilidad, originó su enfermedad pulmonar (febrero de 1946). En mayo fue trasladado urgentemente a Madrid e internado en el sanatorio de Chamartín de la Rosa, diagnosticándosele una neumonía caseosa que le llevaría a la muerte. Hasta su fallecimiento, le visitan amigos y poetas en el hospital, donde intenta ordenar y corregir poemas del libro premonitorio que tenía en preparación: Los muertos.

José Hierro y Ricardo Blasco le ayudan a clasificarlo y poner título a las composiciones; también colaboran en la corrección Vicente Aleixandre y Ramón de Garciasol. Se inicia así una carrera contra el reloj por publicar el volumen en vida del poeta, pero la muerte se adelantó: José Luis Hidalgo murió el 3 de febrero de 1947, a los 27 años, días antes de que viera la luz el libro.
Francisco Ruiz Soriano

Información obtenida de cervantesvirtual.com


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ALGO MÁS

Nunca he sabido si acaso la muerte
era algo más que tocar una rosa
y sentir que sus pétalos rojos
se ocultaban, de pronto, en la sombra.

Me he perdido de noche en un bosque
y vino a encontrarme la luz de la aurora,
y he comprendido que el sol encendido
dora de nuevo las lívidas lomas.

Porque la muerte no toca a los hombres
cuando en lo oscuro sus cuerpos se borran.
Sabe la tierra que late su entraña,
sabe la noche que todo retorna.

Sólo los hombres no saben. Pensamos
que el corazón es igual que la rosa.

José Luis Hidalgo



AHORA QUE YA ESTOY SOLO TE LLAMO SUAVEMENTE...

Ahora que ya estoy solo te llamo suavemente
y bajas a mi boca como un fruto maduro
desde el árbol eterno donde existes y velas,
con las ramas rozadas por los astros desnudos.

Ahora que ya estoy solo puedo morir. Tú sabes
que a la muerte hay que ir sin que nadie nos llore,
ocultando las rosas del amor que encendimos
y el que sólo fue sombra que soñamos de noche.
Por eso está ya el fruto temblando entre mis dientes
mas no quiero morderlo sin que tú me lo digas.

José Luis Hidalgo




 
AMOR ASÍ

Cuando dos cuerpos se unen para amar,
se quema más despacio la soledad de la tierra.

De corazón a corazón, de hueso a hueso,
saltan pájaros ardiendo como puñales
piel del mundo o deseo donde la carne gime,
un gran río desnudo de inesperados crisantemos.
Cuando dos cuerpos se aprietan como bocas,
se empujan como voraces cataratas al rumor de la vida
perdiendo un posible contacto con la muerte que espera,
que sobre el olvidado planeta a lo lejos refulge
como un fantasma solitario y oculto.
Hombre o mujer, árboles vibrantes,
hirvientes besos estrujados y un ángel.

Amarse es poseer la tierra sin sombras para siempre.

José Luis Hidalgo




 
ATARDECER DE MARZO

Atardecer de marzo
en la mar cenicienta.
El crepúsculo, lejos.
ya no se ve, se sueña.

Atardecer de marzo,
tú estás aquí, tan cierta
como esta dicha de ahora
que me da tu presencia.

Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza
y calla, no me rompas
este paisaje y esta
ternura que se alza
desde ti y se me adentra
por el cuerpo y el alma...
Mírame, piensa y deja
todo así como está
sin besarme siquiera:
el cielo alto y sereno
que sobre el mar se espeja,
en el aire parado
la gaviota que vuela,
y bajo nuestros pies
éste poco de tierra...

Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza.
Todo así como está
sin besarme siquiera...

José Luis Hidalgo




COMO UN PÁJARO HERIDO

Como un pájaro herido
venía tu tristeza,
sus pobres alas mustias
sosteniéndote el alma.

Había un aire azul
con un cielo sin fondo
para volar...

Y el pájaro
leve de tu tristeza
voló a mi corazón
¡porqué tú me querías!

José Luis Hidalgo
Pintura de Silvia Martín del Campo




DESPUÉS DEL AMOR

El zumo de la noche me gotea
con racimos de estrellas en la cara,
y madura mi frente su luz triste,
como una fruta sola sin su rama.

He perdido mi tronco; ardientemente
ha tajado el amor en sus entrañas
con un hacha sombría. En otro cuerpo
la ceniza enrojece de mi savia.

A solas con la noche me he quedado,
con mi carne tendida, fruta amarga.
y suena el corazón, bajo mi pecho,
con un crudo tañido de campana.

José Luis Hidalgo



 
ESTE ABRIL

Cómo llegas, abril, con qué delgada
planta de junco pisas en la arena.
Un delirio de luz en cada vena
y una gota de azul en la pisada.

Una gota de azul, la delicada
inundación de amor ceñida y plena,
una esbelta delicia que encadena
de inabarcable aroma desbordada.

Algo en mí, que no es mío, se levanta
surtidor de imposibles sensaciones,
canta tu dicha y mi delicia canta.

Y la honda transparencia de tenerte
en la alta alegría que me impones
vencedor cada día de la muerte.

José Luis Hidalgo




 
HOGUERA DE AMOR

Este día que viene a mis labios
esgrimiendo su zumo de oro,
moja el alma en su triste belleza,
y la embriaga de sueños remotos.

Todo acaba en su luz amarilla.
Los recuerdos se borran, y de otro
me parecen las manos que tocan,
me parecen las cosas que lloro.

No pensar en las hojas que sufren
y olvidar el dolor de sus troncos.
No saber si las nubes que nacen
vuelven ya de un oscuro retorno...

Mas sentir en el pecho, encendida
por el viento que trae el otoño,
una hoguera de fuego que, alegre,
quema el mundo con un amor loco.

José Luis Hidalgo



LLUEVEN TUS OJOS PALOMAS

Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza
que hieren lentamente el silencio de este ciervo de
música que tengo entre los brazos.

(De Norte a Sur abre su boca el firmamento
como un gran perro que tuviera dentadura de estrellas.)

Te quiero como nunca. Supón que te creciera el cabello
tantas veces
que fuera para mí un río navegable de pluma.

Supón mis veinte años, uno a uno en tus dedos
o mi sonrisa lenta nevándote la frente.

Supón mis ojos tristes y pensativos, mudos,
viendo crecer el fuego desde hace muchos años.

José Luis Hidalgo



 
LOS MUERTOS

Hoy vengo a hablarte, mar, como a mí mismo.
Como me hablo cuando estoy a solas,
cuando alejado de los tristes días
que nos contemplan desde el ojo humano
acerco el ascua tenebrosa y sola
al principio del ser, a las raíces
donde alborea, matinal y oscura
la caricia primera de la tierra.

A hablarte vengo, mar, como a mí mismo,
en esta noche mineral y lúcida
mientras la luna, desde arriba, arroja
sobre los mundos una luz calcárea
y en el bisel del horizonte hiere
su duro, lento y solitario hueso.

Desde hace siglos sin cesar palpitas
tu blando corazón contra las rocas
que ante tu orilla, para siempre oyéndote
se bañan mansamente o se derrumban
fingiendo limos, donde solo existen
aristas de ira para tus entrañas.

Hoy vengo a hablarte, porque tú, conmigo
nacistes y sin cesar crecimos
cuando en la rosa del albor primero
con vesperal y fabuloso ojo
detrás de los helechos acechaba
el paso de los corzos y la sangre,
empapando la tierra, me llamaba
hacia los bosques, como el fuego ardiente
de una lejana y cegadora estrella.

En esta noche en que mi historia acaba,
en que los siglos sordamente suenan
bajo las plantas de mis pies desnudos,
bajo la tierra donde crecen árboles
y las palomas y las flores vuelan
junto a la hermosa garra de las águilas...
A ti, acudo, mar, en esta hora
porque el destierro de tu voz me llama
y en el hondón de mis entrañas siento
removerse otra agua clamorosa.
Tú solo, mar y mar, gimiendo
la soledad tremenda del que a nadie
puede decir su soledad. El mundo,
las lejanas estrellas que podían
escuchar tu dolor o presentirlo,
estaban lejos, porque Dios quería
tu sola soledad, tu dolor solo
como un terrible cántico a su gloria.

Quieta y muda, la tierra, duramente
diques ponía a tu invasora forma
que imitaba la vida de los pétalos
o la erizada furia de la selva.
-Nunca nos conocimos. No sabíamos.
Distintas nuestras sangres se ignoraban:
la tuya verde, transparente y única;
la mía roja, sordamente múltiple...-

En esta noche, mar, en esta noche
cuando la luna desde arriba arroja
sobre los mundos una luz calcárea
y en el bisel del horizonte hiere
su duro, lento y solitario hueso,
yo te pregunto lo que están buscando
ese fragor dulcísimo de manos,
esas inmensas lágrimas que chocan,
el eco interminable de las aguas
que como cuerpos sobre ti se aman.

Dime qué buscas, mar, qué es lo que busco
cuando temblando de la orilla huyes,
cuando temblando del amor me alzo,
cuando la mano en mis entrañas hundo
y golpeo sobre ellas como un látigo
cuando royendo la caverna oscura
te rompes con horror contra un peñasco
o ya en la calma de una tarde triste
acaricias, soñando, antiguas playas...

En esta noche, mar, en esta noche
en que mi sino solitario tiende
su milenario cuerpo por tus costas
mientras los viejos musgos y los líquenes
prenden grises hogueras a tu orilla
donde queman su óxido de sombra
las invisibles razas invernales
que algún día se fueron de la tierra
yo pregunto el destino de los muertos
que antes que yo nacieron y gimieron
para darme a la luz, de los que en siglos
y siglos, se tendieron como gérmenes
para que el fuego vivo de mi cuerpo
alma les diera cuando los recuerde.
Yo pregunto el destino de su sangre
corriendo como un río sin orillas
al inquietante reino donde todo
-la carne con la carne, el cuero húmedo,
la tierra junto al tacto deshaciéndose-
forman breves coronas desoladas,
transparentes cenizas que se rinden.

Busco en la sombra. Allá, por los confines
de la mano que elevo como un pájaro
más alta que mi frente. Aquí termina
todo entero mi ser, la carne acaba
y comienza la estela de los astros,
la clamorosa luz de las estrellas.
Aquí comienza el mar. Yo soy el único
junto al que habita solo, desde siempre,
la eternidad errante de la tierra.
Aquí comienza el mar, aquí termino.
Solo después que yo mi voz humana,
un recuerdo sereno en el vacío.

-Por debajo de mí los enterrados,
como fríos veleros, navegando
por otro mar sombrío, el de la muerte,
donde un viento, que es tierra, los empuja
hasta el confín ardiente de mi vida.
Dios no pregunta, porque Dios se basta.
La tierra calla, porque nada espera.
El mar hermoso, bajo los luceros,
y el hombre solo, bajo los planetas,
su muerte inútil, sin morir, rechazan
contra la roca ciega del futuro.

José Luis Hidalgo




MAR DE TUS OJOS

Puerto de amor tus ojos,
aguas claras.

(Brisa que me querías
sobre la mar salada.
Aguas sin corazón
que me llevabais...)

Hacia el mar de tus ojos
navegará mi ansia.

José Luis Hidalgo




MI CORAZÓN, MI VIDA...

Mi corazón, mi vida, mi sangre enarbolada,
bajo esta noche hosca, tumbada como un perro,
te busca para siempre, honda huella del llanto,
para estrechar tu alma estremecida y pura
contra este pecho mío tan grande como el mundo.

Quiero tenerte aquí, quiero hundir tu tristeza
con el hacha amorosa de mi ardiente alegría.
Quiero, como una llama, arrancarte la duda
y probar que el dolor nos enseña la herida.
Mi amor no muere nunca, pero renace siempre.
Esta noche se ha alzado con la verdad desnuda
como una espada inmensa cuando sueña en la muerte
aferrándose al puño que conduce su vida.
Tú calmarás mi fiebre, yo beberé en tus manos,
me miraré en tus ojos cuando encontrarme quiera.
De cada día haremos un corto paraíso,
una conquista nueva arrancada al vacío.
Serán cortas las horas, los meses y los años
para tanta hermosura en esta dicha altísima...

Aquí estoy, en la noche, llorando como un niño,
frágil cuerpo de hombre que estremecido espera.

Alrededor de ti crezco como la hierba
junto a la encina clara que le presta su sombra.
Porque en tu sombra habito y para ti me alzo,
corazón, hacia arriba, sangre mía cimera,
en busca de tu tierna delicadeza fresca
que en un talle dulcísimo se me entrega ofrecida.

No quiero más, me basta, se me sosiega el ímpetu.
Como el agua a la mano me ciño a tu presencia
y te mojo la entraña de amor inexpresable.

Quiero vivir amándote, quiero morir contigo,
quiero que nuestras sangres circulen paralelas
hasta que nuestros cuerpos se pudran en la tierra.


José Luis Hidalgo




 
NACIMIENTO

Ha llegado la noche para todos:
yo reclino la frente en esta piedra,
donde los siglos ciegamente pasan,
mientras fulgen, arriba, las estrellas.

Entre duros peñascos me arregazan
los brazos maternales de la tierra.
Soy un hombre desnudo. Hoy he nacido,
como una larga luz, en su corteza.

Ni me muero, ni sueño. Abro los ojos
y extendiendo mis manos verdaderas
toco el origen de mi ser humano,
el vientre elemental que me naciera.

Y, en la frente, la roca, su llamada,
la vida en destrucción que, ardiendo, espera
la voz de Dios, que sobre el mundo clama
y se rompe, temblando, en las estrellas.

José Luis Hidalgo



1 comentario:

  1. vale ok pero no dicen na de na de su madre su padre jun fdrico de la loca su tio casimiro una mierda

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